Historia de inmigrantes

11.12.2023

                                         Olga Devoto

Los Devoto 1842-2023

Los Devoto 1842-2023. El mar parecía querer destruir el bergantín que subía y bajaba sobre las enormes olas. Roberto nunca había imaginado un río tan violento y malhumorado. La oscuridad parecía querer llevar la nave al fondo del mar, abajo los niños lloraban asustados y las mujeres rezaban en voz alta implorando misericordia para sus hijos. Hacía dos días que el agua potable se había agotado, el desgaste de un viaje tan largo era evidente. Roberto estaba sobre cubierta con otros tripulantes arriesgando todo para salir vivos de este viaje a tierras tan lejanas y desconocidas.

Era el año 1842, la emigración europea estaba en un momento de apogeo, los muy jóvenes se arriesgaban a la aventura. Habían zarpado del puerto de la República de Génova hacía casi dos meses atrás, una travesía peligrosa, con muchas privaciones y sobresaltos. Las condiciones de vida en Europa eran duras, los hermanos Vincenzo, Roberto y Francesco aprovechando su condición de "gente de la mar" se embarcaron rumbo a Buenos Aires buscando un porvenir esperanzador, eran apenas unos muchachos; venían a "Hacer la América".

El amanecer los encontró entrando a pleno sol, con el cerro de fondo y las aguas aún movidas a la bahía de Montevideo; era conocido el "mejor puerto de la región." Se descargaba la Goleta Argentina" Federico Feliz" escoltada por el Bergantín de guerra General Rondeau. Fueron auxiliados a bordo con víveres, agua y "La Gaceta Mercantil" donde se enteraron del sitio de Buenos Aires entre otras noticias de la región. Esperaron su turno para desembarcar del "Ligure" lo que demoró unos días. En este refugio natural se protegían los lanchones, chalupas, lugres y todo tipo de pequeñas y grandes embarcaciones.

Cuando pusieron pie en tierra, Roberto recorrió las calles muy transitadas y pujantes de la ciudad, él no veía el barro y los tremendos esfuerzos de los Negros, guaraníes y carreros por mover sus "carretillas" tiradas por hombres, caballos, bueyes o mulas cargadas de cueros, carnes y mercaderías. Solo podía percibir lo que había venido a buscar tan lejos de su pueblo: oportunidades en ese muelle y atracadero primitivo. Él respiraba la prosperidad comercial, en pocos días observó los barcos que se reabastecían de víveres y mercaderías, no menos de doce embarcaciones diarias incluida la nave correo para toda la región llegando hasta Perú con su Terminal en Montevideo.

Las embarcaciones quedaban mar adentro en la playa, pues no había sido construido aún el puerto. Con algo de dinero juntado por su familia para la aventura y la paga por su trabajo en el viaje compró una lancha a vela que usaría de enlace entre los buques de gran calado y las "carretillas". Las lanchas no detenían sus idas y vueltas en sus viajes desde y hacia el precario muelle a las naves de guerra, mercantes o corsarias, que se reabastecían por apreciar los productos de las chacras de fuera de las murallas de la ciudad.

Se separó así de sus hermanos que, levantado el sitio de Buenos Aires, siguieron destino a esa ciudad para establecerse.

Trabajó muy duro haciendo viajes de ida y vuelta con su lancha, dormía en ella cuando podía, juntaba dinero de a 5 y 10 reales hasta que consiguió comprar otro lanchón a vapor. En sus primeros años esa fue toda su existencia, realizar su sueño, el que lo había traído hacia estas tierras. Hacer crecer su negocio era su meta. Luego se dedicó a organizar y administrar su flota, alquiló una casa de argamasa y maderas traídas de Paraguay con tejuelas y piso de tierra como la mayoría de las de su época.

La ciudad se iba extendiendo hacia la Aguada y el Cordón y fuera de las murallas estaban los saladeros, las chacras y los mataderos. Las torres de la Catedral dominaban la ciudad, su elegante cúpula estaba recubierta con losa Inglesa de brillante color azul.

Empezó a alternar con los saladistas, navieros, agricultores y estancieros. Sus relaciones más cercanas eran los importadores y exportadores con los que trataba de negocios diariamente.

Había tres hombres por cada mujer, ellas eran bonitas y se las veía en misa o en el teatro "La casa de las Comedias" donde concurrían con su sirvienta, ella era la encargada de acompañar y llevar la silla para la señora ya que el teatro no tenía donde sentarse; sus columnas impedían ver parte del escenario y el piso era de tierra.

Sus negocios crecían, pero también la falta de alguien con quien compartir afecto y compañía. Escribió a sus primos e incluyó dinero para su madre (que no sabía leer) y pidiendo además noticias y fotos de algunas muchachitas de su pueblo a las que recordaba vagamente. Necesitaba una compañera y podía darse el lujo de formar una familia, esperó ansiosamente la respuesta que demoraría meses en llegar. Por fin el buque correo entró a la bahía con la ansiada carta y la foto. Era una foto de varias hermanas, no demasiado clara, pero eran chicas jóvenes y de su pueblo. No le quedó claro cuál de ellas era María, pero escribió pidiéndole casamiento, luego de conocerse por un mes en Montevideo. Ella podría romper el compromiso si lo deseaba y él igualmente pagaría su pasaje. Envió dinero para el mismo y para el ajuar de María. Se hospedaría a su llegada en la casa de un respetable comerciante que la alojaría con su propia hija, Lucía, una chica de catorce años.

Roberto se dispuso a hacer construir su casa para esperar a su prometida y esperaba terminarla para su casamiento. Mandó a hacer los anillos con sus nombres grabados como era costumbre en Liguria. Seis meses después llegó María, tímida, callada, más joven de lo que Vincenzo la imaginaba. A pesar del pesado viaje tenía buen color y lucía muy saludable, pensó que sería una buena madre para sus hijos. Traía unos pocos bultos y apena si levantó los ojos del suelo mientras llegaban a la casa de su anfitrión, Don Giovanni.

La chica no se dejó ver por unos días, como se acostumbraba, luego, el dueño de casa mandó la sirvienta con una nota citándole a la tarde en la azotea de la casa a la hora del té, toda la familia lo esperaba y podrían verla. Algunas tardes salían a caminar, siempre acompañados por Lucia y él le entregaba a María una flor, lo que invariablemente la hacía sonrojar. Los domingos, luego de la misa, la familia se sentaba en el patio bajo el emparrado de uvas moscatel traídas de Europa. Las ocasiones de intercambiar algunas palabras entre ellos no eran muchas. Pasado el mes se decidió el casamiento para el entrante otoño cuando la casa estaría pronta para la pareja.

Los días anteriores a la boda María estaba muy retraída y su carita algo preocupada, Lucia lo notó y para su enorme sorpresa ella le contó su secreto. Su hermana mayor, María, desistió del viaje poco antes de embarcarse y se escapó con su novio. Su madre la mandó a ella pretextando que sería un buen partido y que no podían defraudar a Roberto.

Ella era Teresa tenía solo dieciséis años y le faltó el valor para contar la verdad cuando llegó, temiendo que él, la rechazara.

—¿Qué puedo hacer ahora? Faltan pocos días y no puedo seguir fingiendo. ¿Qué hago Lucía? Por favor… —sollozaba Teresa.

—Vamos a ver al Padre Sergio, puede ayudarte, pero… no podemos salir a esta hora, ya anocheció. Salgamos por la puerta trasera, están todos los sirvientes en la cocina a esta hora y no se darán cuenta. —Dijo Lucía.

No les fue fácil llegar a la Catedral por esas calles de barro con apenas unos faroles a vela de tanto en tanto, habían salido sin lámpara para no ser vistas. Asustadas por los ruidos de la ciudad en la noche llegaron agitadas a tocar el llamador del cura. El Padre Sergio sorprendido por la confesión solo atina a responder.

—Tengo que reflexionar esta noche; corran a casa ahora niñas.

Teresa estaba despierta, llorando desconsolada sin encontrar salida. Desde el puerto llegaba el sonido de la sirena del buque correo anunciando su arribo. Al mediodía Don Giovanni trajo el correo, la madre de la novia le enviaba una carta a Roberto en donde se disculpaba y explicaba su responsabilidad en el "cambio".

—Povera bambina mia —dijo él— ¡Cuánto habrá sufrido, tan joven, sola lejos de su casa!

La boda congregó muchas personas, los barcos en la bahía sonaron sus sirenas repetidamente saludando a la pareja. Teresa entró del brazo de su novio que se veía muy apuesto con su pelo rubio-rojizo y los ojos azul mar que atrajeron a Teresa desde el día en que bajó del barco. El vestido blanco y sencillo resaltaba su juventud y frescura, estaba cubierto por un mantón de seda color natural, bordado a mano por las mujeres de su pueblo.

El mismo que, actualmente, se puede encontrar en el placar de una descendiente de los Devoto de nombre Olga.

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